Testificar con el poder del Espíritu


    La misión es la obra de Dios primero. Cooperamos con él para testificar a las personas perdidas al unirnos con el Espíritu Santo y ser fortalecidos por él. Sin el poder y la guía del Espíritu Santo, nuestros esfuerzos de testificación son en vano. Es posible que podamos convencer a alguien de ciertas verdades bíblicas, pero sin la profunda obra del Espíritu Santo en sus vidas, se producirán pocos cambios. Pueden cambiar sus creencias, pero no sus corazones. Puede haber una conformidad externa con la verdad, pero no habrá una transformación que cambie la vida a la semejanza de Cristo que solo el Espíritu Santo puede traer.


A.     El Espíritu Santo Capacita.

Antes de irse, Jesús prometió que vendría un Consolador (parakletos): el Espíritu Santo. Uno que nos ayudaría a realizar la misión que estaba por encomendarnos. 
El Espíritu Santo proporciona poder y capacita al hombre para vencer. El gobierno de Satanás debe ser subyugado mediante el poder del Espíritu. Es el Espíritu el que convence de pecado, y quien, con el consentimiento del ser humano, expele el pecado del corazón. La mente, entonces, es puesta bajo una nueva ley: la ley real de la libertad (Nuestra elevada vocación, p. 154)
¿Qué hace el Espíritu Santo? Acompañarnos; capacitarnos para dar testimonio; guiarnos en nuestras actividades; preparar los corazones de la gente; darnos las palabras adecuadas; convencer a las personas; animarnos a testificar; mostrarnos las ocasiones propicias; revelarnos a Jesús; moldearnos a Su imagen.

Testificar es colaborar con el Espíritu Santo.

B.     El Espíritu Santo da crecimiento. 

Hechos de los apóstoles narra la obra que el Espíritu Santo hizo por medio de aquellos que le dejaron obrar en sus vidas.

En ocasiones, las conversiones eran multitudinarias, de 3.000 o 5.000 personas (Hechos 2:41; 4:4). A veces se convertían familias enteras (10:44-48).

A causa de este crecimiento, se fundaban continuamente nuevas iglesias (16:5). 
Notemos que el Espíritu fue derramado después que los discípulos hubieron llegado a la unidad perfecta, cuando ya no contendían por el puesto más elevado. Eran unánimes. Habían desechado todas las diferencias. Y el testimonio que se da de ellos después que les fue dado el Espíritu es el mismo. Notemos la expresión: «Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma…». Hechos 4:32. El Espíritu de Aquel que había muerto para que los pecadores vivieran animaba a toda la congregación de los creyentes (Testimonios para la iglesia, t. 8, pp. 27, 28).
El Espíritu llenaba de poder al mensajero y tocaba personalmente el corazón de cada uno que le escuchaba.

Para Dios cada persona es importante. Él murió por todos y cada uno. Quiere que todos le conozcan y le acepten. Y nos ha escogido a nosotros para hacer esta obra.

C.     El Espíritu Santo fortalece y guía. 

La predicación del evangelio no se realiza sin dificultades. Pero el Espíritu fortalece a sus siervos, como lo hizo con Esteban, o con Pablo y Silas (Hechos 7:55; 16:25).

El Espíritu Santo anhela llenarnos de poder, fortalecernos, enseñarnos, guiarnos, unificarnos y enviarnos a la misión más importante del mundo, que es llevar a hombres y mujeres a Jesús y a su verdad.
No podemos nosotros emplear el Espíritu Santo; el Espíritu es quien nos ha de emplear a nosotros. Por medio del Espíritu, Dios obra en su pueblo «así el querer corno el hacer, por su buena voluntad» [Filipenses 2:13]… Únicamente a aquellos que esperan humildemente en Dios, que esperan su dirección y gracia, se da el Espíritu. Esta bendición prometida, pedida con fe, trae consigo todas las demás bendiciones. Se da según las riquezas de la gracia de Cristo, quien está listo para abastecer a toda alma según su capacidad de recepción ( Obreros evangélicos, pp. 301, 302).
 
D.     El Espíritu Santo imparte la Palabra. 

Al testificar, el Espíritu insta a los creyentes a basar su argumentación en la Palabra de Dios. 

La Palabra de Dios tiene poder para cambiar vidas porque el Espíritu que inspiró a sus autores es el mismo que toca el corazón de cada lector sincero.
Si los que profesan pertenecer a Dios recibiesen la luz tal cual brilla sobre ellos al dimanar de su Palabra, alcanzarían esa unidad por la cual oró Cristo y que el apóstol describe como «la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz». «Hay –dice- un mismo cuerpo, y un mismo espíritu, así como fuisteis llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un mismo Señor, una misma fe, un mismo bautismo». Efesios 4:3-5 (El conflicto de los siglos, p. 377).

E.     El Espíritu Santo transforma. 

El Espíritu Santo toma a las personas tal como son, derriba sus prejuicios, transforma sus malos hábitos, y las llena de la gracia y la verdad de Cristo. 

No hace distinción de hombre o mujeres, ricos o pobres, cultos o incultos. 

Su poder no se ha acortado. Hoy sigue haciendo milagros de transformación entre todo tipo de personas. 
Primeramente, Cristo produce contrición en quien perdona, y es obra del Espíritu Santo convencer de pecado. Aquellos cuyos corazones han sido conmovidos por el convincente Espíritu de Dios reconocen que en sí mismos no tienen ninguna cosa buena. Saben que todo lo que han hecho está entretejido con egoísmo y pecado. Así como el publicano, se detienen a la distancia sin atreverse a alzar los ojos al cielo, y claman: «Dios, sé propicio a mí, pecador». Ellos reciben la bendición. Hay perdón para los arrepentidos, porque Cristo es «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Esta es la promesa de Dios: «Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana». «Os daré corazón nuevo… Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu». Isaías 1:18; Ezequiel 36:26, 27 (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 12, 13).
No es nuestro trabajo cambiar o convertir a las personas, ése es el trabajo del Espíritu Santo. Nuestra obra es testificar.

Conclusión
El mismo Espíritu Santo que trabajó en épocas pasadas sigue trabajando hoy. Todavía hay poder en la Palabra de Dios para transformar vidas por el poder del Espíritu Santo. Según el apóstol Pedro, la Biblia fue escrita porque los “santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:21). El mismo Espíritu Santo que inspiró la Biblia trabaja a través de la Palabra de Dios para cambiar de opinión y transformar vidas a medida que compartimos la Palabra. El poder de la testificación en el Nuevo Testamento era el poder del Espíritu Santo a través de la Palabra de Dios para cambiar vidas. Los apóstoles compartían la Palabra. Eran estudiosos de la Palabra. El Espíritu Santo trabajó a través de hombres y mujeres llenos del Espíritu cuyas mentes estaban llenas de la Palabra de Dios.

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