Por: Josué Vera Guzmán
Cuando oramos por otra persona, eso abre nuestros corazones a las influencias divinas. Dios nos da sabiduría y habilidad para alcanzar a esa persona. Además, nuestras oraciones abren puertas de oportunidad para que Dios trabaje más poderosamente en la vida de los demás. Él respeta nuestra libertad de elección y derrama su Espíritu a través de nosotros para influir en ellos para su Reino. Libera los poderes del cielo en su favor. Nuestras oraciones se convierten en el canal que Dios usa para influir poderosamente en otros para la vida eterna.
A. La oración intercesora:
Orar en medio del conflicto.
Vivimos inmersos en un conflicto de dimensiones cósmicas entre el bien y el mal, entre Cristo y Satanás. Cada uno militamos en uno de los dos bandos (muchas veces vacilando entre ambos).
Sin embargo, por parte de Cristo no existe el “servicio militar obligatorio”. Él no fuerza a nadie a seguirle. No actúa sin nuestro permiso.
Tenemos enemigos invisibles a los cuales hacer frente; hombres malignos son instrumentos mediante los cuales obran los poderes de las tinieblas, y sin discernimiento espiritual, el alma ignorará las tretas de Satanás, será entrampada, tropezará y caerá. El que quiera vencer debe aferrarse bien de Cristo. No debe mirar hacia atrás, sino mantener la vista siempre hacia arriba. Elevaos mediante el Mediador; manteneos aferrados del Mediador; ascended a una clase de trabajo después de otra; no deis lugar a la carne para satisfacción de las concupiscencias (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 6, p. 1094).
Ahí es donde entra en acción la oración intercesora. De este modo, le damos “permiso” a Dios para intervenir en las vidas de aquellos por los que intercedemos.
Dios honra nuestra decisión de orar por ellos y trabaja aún más poderosamente en su favor.
Orar por personas específicas.
Jesús no confió en sus propias fuerzas para luchar contra las huestes del mal. A través de la oración, dependió de la fuerza del Omnipotente.
Nos dio ejemplo al orar por personas concretas, como Pedro. Sabía que Pedro no era consciente de que necesitaba ayuda especial esa noche. Por eso intercedió por él.
Muchos se encuentran hoy día adonde se encontraba Pedro cuando lleno de confianza propia declaró que no negaría a su Señor. Y debido a su suficiencia propia, caen como fácil presa de los artificios de Satanás. Aquellos que comprenden su debilidad confían en un poder más elevado que el yo, y mientras contemplan a Dios, Satanás no tiene poder contra ellos. Pero aquellos que confían en el yo son fácilmente derrotados. Recordemos que si no prestamos atención a las precauciones que Dios nos da, hay una caída ante nosotros. Cristo no salvará de las heridas a aquel que se coloca por su voluntad en el terreno del enemigo. Deja que el autosuficiente, que actúa como si supiera más que su Señor, siga en su supuesta fortaleza. Luego viene el sufrimiento y una vida inválida, o tal vez la derrota y la muerte (Nuestra elevada vocación, p. 309).
Dios nos invita a llevar a personas concretas ante su trono y dejarlas en sus manos. Debemos persistir en ello hasta ver frutos.
Orar por otros creyentes.
Cuando Pablo oraba por otros creyentes, ¿qué pedía? Él mismo lo dice en Efesios 1:17-23.
En otras oraciones por los creyentes, como la registrada en Filipenses 1:3-11, Pablo agradece por el crecimiento espiritual de sus hermanos y ora para que sigan avanzando y creciendo.
Su ejemplo nos insta a orar por nuestros hermanos y hermanas. Para fortalecerles y animarles en su vida cristiana.
En esa experiencia de Pablo hay una lección para nosotros; nos revela la manera en que Dios obra. El Señor puede sacar victoria de lo que nos parece desconcierto y derrota. Estamos en peligro de olvidar a Dios, de mirar las cosas que se ven, en vez de contemplar con los ojos de la fe las cosas que no se ven. Cuando viene la desgracia o el infortunio, estamos listos para culpar a Dios de negligencia o crueldad. Si ve conveniente interrumpir nuestro servicio en alguna actividad, nos lamentarnos, sin detenernos a reflexionar que así Dios puede estar obrando para nuestro bien. Necesitamos aprender que la corrección es parte de su gran plan y que bajo la vara de la aflicción, el cristiano puede hacer, a veces, más por su Maestro que cuando está ocupado en el servicio activo (Los hechos de los apóstoles, p. 383).
B. Dios escucha la oración.
Preocupado por la situación de los retornados desde Babilonia a Jerusalén, Daniel afligió su alma y oró intensamente por ellos durante 21 días.
En el momento oportuno, Dios envió una visión al profeta afligido y le aseguró que había sido escuchado desde el primer momento.
El conflicto entre el bien y el mal prosigue día tras día. Los que han tenido muchas oportunidades y ventajas, ¿por qué no comprenden la intensidad de esta obra? En cuanto a esto debieran ser inteligentes. Dios es el Gobernante. Mediante su poder supremo reprime y domina a los poderosos de la tierra. Mediante sus agentes lleva a cabo la obra que fue ordenada antes de la fundación del mundo (Exaltad a Jesús, p. 364).
Dios había estado trabajando en otras líneas de batalla para responder a su oración. Él escucha la oración intercesora, aunque a veces, no veamos resultados inmediatos.
C. Cómo orar.
Nuestra oración intercesora debe ser ferviente, sincera y específica.
Pablo oraba por personas concretas (como sus colaboradores), por iglesias específicas (como Éfeso o Filipos). Pedía oraciones para ser liberado o fortalecido en su predicación (Fil. 1:19; Col. 4:3).
Los que permanecen en Jesús, tienen la seguridad de que Dios los oirá, porque a ellos les complace hacer su voluntad. No ofrecen una oración formal, que es mera palabrería, sino que acuden a Dios con una confianza fervorosa y sencilla, como un hijo a un padre tierno, y derraman ante él la historia de sus dificultades, temores y pecados, y presentan sus necesidades en el nombre de Jesús; se retiran de su presencia gozándose en la seguridad del amor perdonador y de la gracia sustentadora (Nuestra elevada vocación, p. 149).
Debemos orar por los que sabemos que aún no conocen al Salvador (Jn. 17:20); también para fortalecer a los creyentes (Ef. 3:14-16); para que Dios extienda su perdón (1Jn. 5:16); por la protección de otros en momentos difíciles (Hch. 12:12); …
Cuando oramos por los demás nos convertimos en un canal de bendición de Dios para ellos.
Conclusión
Cuando oramos fervientemente por los demás, nuestras oraciones se unen con las oraciones de Cristo, nuestro poderoso Intercesor, en el Trono de Dios. Inmediatamente emplea todos los recursos del cielo para influir positivamente en aquellos por los que oramos.
Mientras buscas a Dios en oración, invita a otros a unirse a ti en tus momentos de intercesión. Jesús invitó a Pedro, Santiago y Juan a su círculo íntimo para tener momentos de oración sincera. Orar junto con otros es un método poderoso para mantenerse concentrado en la oración. Según Mateo 18:18 y 19 cuando dos o tres personas oran juntas, Dios escucha y derrama su bendición especial.
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