Textos Claves: Éxodo 24: 1–18; 1 Corintios 11: 23–29; Levítico 10: 1, 2; Ezequiel 36: 26–28; Éx. 25: 1–9; Éxodo 31: 1–18.
Desde el inicio, Dios ha buscado establecer un pacto con su pueblo, no como un contrato frío, sino como una relación de amor y confianza. En el Sinaí, Él ofreció un modelo de vida santa, ratificado por la sangre y simbolizado en el tabernáculo, que apuntaba al sacrificio supremo de Cristo. Esta lección nos recuerda que Dios no solo nos llama a obedecer, sino que también nos capacita para hacerlo mediante Su Espíritu.
La pregunta central es: ¿Estamos viviendo el pacto como un modelo de comunión con Dios o lo reducimos solo a un ritual?
1. El pacto ratificado en el Sinaí
La entrega de la Ley y la posterior ratificación del pacto con los israelitas mostraron su deseo de obedecer: “Haremos todo lo que el Señor ha dicho” (Éxodo 24:3) Este compromiso sereno fue la base del modelo de comunión que Dios quería establecer con ellos.
Hoy también corremos el riesgo de prometer obediencia sin depender de Dios. El pacto nos recuerda que necesitamos tanto la Palabra escrita como la presencia viva de Cristo en nuestro caminar.
2. La necesidad de un corazón nuevo
Aun cuando el pueblo expresó su disposición, reconoció su incapacidad de cumplir la ley por sí mismo. Dios prometió cambiar ese corazón endurecido por uno sensible y nuevo, y dar su Espíritu para que anduvieran en sus mandamientos (Ezequiel 36:26–27) Este cambio interno muestra que la obediencia es obra divina tanto como la salvación.
En nuestra vida cristiana, la obediencia auténtica no es cargar con mandamientos, sino permitir que Dios escriba su ley en nuestro corazón (Jeremías 31:33). La verdadera fidelidad surge de una vida rendida al Espíritu Santo.
3. El tabernáculo: un modelo celestial
Las detalladas instrucciones sobre el tabernáculo (Éxodo 25–31) no apuntan a una estructura meramente ceremonial, sino que representan el plan divino de salvación en acción—cómo Dios se relaciona con el pecado, juzga y promete restauración (Éxodo 25:1-9; 31:1-18)
Así como el tabernáculo representaba la presencia de Dios entre su pueblo, hoy Cristo habita en nosotros por medio del Espíritu. Nuestra vida se convierte en un “santuario vivo” donde el mundo puede ver reflejado el carácter de Dios (1 Corintios 6:19).
4. La comunión renovada en Cristo
Jesús, en la Última Cena, declaró: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lucas 22:20). La Cena del Señor retoma la experiencia del Sinaí, pero ahora centrada en la obra consumada de Cristo. Cada vez que participamos, renovamos nuestra comunión con Él y entre nosotros.Al participar en la Cena del Señor, los creyentes reafirman una comunión similar a la del pacto de Sinaí en Cristo. Esta celebración une a los seguidores como una sola familia en Él, restaurando la presencia divina entre su pueblo mediante Su Palabra y presencia real
La Cena no es un acto simbólico vacío; es un recordatorio de que seguimos unidos a Cristo y a su misión. Participar indignamente significa vivir sin comunión diaria, sin experimentar el modelo del pacto en la práctica.
5. El sacrificio de Cristo: cumplimiento del modelo
Hebreos 9:11-12 enseña que Cristo, como Sumo Sacerdote, entró una vez y para siempre en el santuario celestial con su propia sangre, asegurando redención eterna. Lo que era figura en el Sinaí se cumplió plenamente en la cruz.Los sacrificios realizados durante la ratificación del pacto anticiparon el futuro sacrificio de Cristo. En el momento más trascendental de la historia, Dios cumple el modelo, ofreciendo a su Hijo como la plena expresión del pacto de gracia y redención.
El pacto no se sostiene en nuestra obediencia imperfecta, sino en la sangre perfecta de Cristo. Esa seguridad nos libera del temor y nos impulsa a vivir con gratitud y fidelidad.
Conclusión
El pacto y el modelo no son simples recuerdos históricos. Son una invitación presente a experimentar la cercanía de Dios. El Sinaí, el tabernáculo y la cruz convergen en un mismo mensaje: Dios quiere habitar con su pueblo y transformar su corazón.Hoy, nuestra respuesta debe ser más profunda que un “haremos todo”. Debe ser una entrega sincera: “Señor, obra en mí lo que yo no puedo”. Solo así podremos reflejar a Cristo como el modelo perfecto del pacto.
“La Ley de Dios, guardada como reliquia dentro del Arca, era la gran regla de justicia y juicio. Esa ley determinaba la muerte del transgresor; pero encima de la Ley estaba el Propiciatorio, donde se revelaba la presencia de Dios y desde el cual, en virtud de la Expiación, se otorgaba perdón al pecador arrepentido. Así, en la obra de Cristo en favor de nuestra redención, simbolizada por el servicio del Santuario, ‘la misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron’ (Sal. 85:10)” (Elena de White, Patriarcas y profetas, p. 361).
Aplicación a la vida:
El pacto nos recuerda que Dios no nos pide perfección humana, sino entrega diaria. La obediencia, el servicio y la misión son frutos de una vida habitada por Cristo.Si vivimos bajo ese modelo, no solo tendremos paz con Dios, sino que también seremos instrumentos para reflejar Su gloria en un mundo que necesita esperanza.
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