Compartir la historia de Jesús


    Testificar es una tarea laboriosa, si es simplemente un deber o una obligación religiosa. Es una delicia si proviene de un corazón rebosante de amor por el Cristo que nos ha redimido. Cuando estamos enamorados, disfrutamos hablando de la persona que amamos. Lo que es verdad para el amor humano ciertamente también es verdad para el amor divino. El poder del testimonio en el Nuevo Testamento fue precisamente esto: los creyentes compartían espontáneamente a un Cristo que amaban. Testificar no era un requisito legalista, era la respuesta del corazón al sacrificio de Cristo en la cruz.

A.       Jesús: La base de nuestro testimonio

Antes de Jesús: Efesios 2:1-3

Después de Jesús: Efesios 2:4-10

Muertos en nuestros pecados

Vivos en Cristo

Bajo el dominio del diablo

Salvos por la fe

Haciendo nuestra propia voluntad

Realizando buenas obras

Siguiendo la corriente de este mundo

Sentados en los lugares celestiales

Desobedientes

Disfrutando de las riquezas de su gloria

Hijos de la ira

Hijos de Dios (hechura suya)


El pecado nos separó de la vida de Dios. Nuestra alma está paralizada. Por nosotros mismos somos tan incapaces de vivir una vida santa como aquel lisiado lo era de caminar. Son muchos los que comprenden su impotencia y anhelan esa vida espiritual que los pondría en armonía con Dios; luchan en vano para obtenerla… Alcen la mirada estas almas que luchan presa de la desesperación. El Salvador se inclina hacia el alma adquirida por su sangre, diciendo con inefable ternura y compasión: «¿Quieres ser sano?» Él os invita a levantaros llenos de salud y paz. No esperéis hasta sentir que sois sanos. Creed en su palabra, y se cumplirá. Poned vuestra voluntad de parte de Cristo. Quered servirle, y al obrar de acuerdo con su palabra, recibiréis fuerza… Él impartirá vida al alma de los que «estabais muertos en vuestros delitos». Efesios 2: 1. Librará al cautivo que está sujeto por la debilidad, la desgracia y las cadenas del pecado (El Deseado de todas las gentes, pp. 172, 173).

B.       Los que compartieron a Jesús. 

Dejando la ira y compartiendo el amor.


— Al pasar por Samaria, Jacobo y Juan solicitaron permiso para destruir una aldea con fuego celestial.

— Pero, con el tiempo, su relación con Jesús cambió sus sentimientos y sus pensamientos:

(1) Jacobo perdió su vida por compartir a Jesús con los demás (Hechos 12:1-2).

(2) Tanto en el evangelio como en sus cartas, Juan nos dejó un mensaje lleno de amor por Dios y por el prójimo (Jn. 13:35; 1Jn. 4:8; 2Jn. 1:6; 3Jn. 1:6-7). 

Todos los que reciben el mensaje del evangelio en su corazón anhelarán proclamarlo. El amor de Cristo ha de expresarse. Aquellos que se han vestido de Cristo relatarán su experiencia, reproduciendo paso a paso la dirección del Espíritu Santo: su hambre y sed por el conocimiento de Dios y de Cristo Jesús, a quien él ha enviado; el resultado de escudriñar las Escrituras; sus oraciones, la agonía de su alma, y las palabras de Cristo a ellos dirigidas, «Tus pecados te son perdonados». No es natural que alguien mantenga secretas estas cosas, y aquellos que están llenos del amor de Cristo no lo harán. Su deseo de que otros reciban las mismas bendiciones estará en proporción con el grado en que el Señor los haya hecho depositarios de la verdad sagrada. Y a medida que hagan conocer los ricos tesoros de la gracia de Dios, les será impartida cada vez más la gracia de Cristo. Tendrán el corazón de un niño en lo que se refiere a su sencillez y obediencia sin reservas. Sus almas suspirarán por la santidad, y cada vez les serán revelados más tesoros de verdad y de gracia para ser transmitidos al mundo (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 95, 96).

Dejando el mal y compartiendo a Jesús.

— Al encontrarse con Jesús, la vida de los endemoniados cambió totalmente. Fueron restaurados física, mental, emocional y espiritualmente (Mateo 8:28-34; Marcos 5:1-20). 

— Seguidamente, Jesús les pidió que compartiesen su historia con todos los habitantes de la región. 

— Podían contar a otros cómo habían sentido el poder de Cristo para transformar sus vidas y, a través de su testimonio personal, invitarles a permitir que Jesús transformase también sus vidas. 

C.       Compartiendo la historia de Jesús:

La seguridad de la salvación.


— La Biblia es clara: el que cree en Jesús es salvo (Jn. 3:15, 36; 6:40, 47; Hch. 16:31; 1Jn. 5:13). No necesitamos esperar a ser lo suficientemente buenos (o lo mínimamente buenos) para ser salvos.

— Es cierto que la salvación se puede perder (Éx. 32:33; Mt. 10:28; 2P. 2:20-21; Ap. 3:5, 11). Pero eso solo puede ocurrir cuando elegimos alejarnos voluntariamente de Dios.

— Tener ahora la seguridad de la salvación proporciona poder a nuestro testimonio, ya que es fácil transmitir aquello de lo que estamos seguros.

Compartiendo a Jesús.

— Jesús me pide que lo dé todo por Él (Lc. 9:23). Pero ¿Qué me ha dado Él a mí? (ver Juan. 1:12; 10:10; 14:27; 1 Co. 1:30)

                                    

Me hace hijo de Dios

Me da vida

Me da paz

Me da sabiduría

Me justifica

Me santifica

Me redime




— Al darme cuenta de lo que Cristo ha hecho por mí, estaré dispuesto a poner todo sobre el altar del sacrificio –sin importar el esfuerzo que esto me cueste– y compartir con otros las maravillas que Jesús ha hecho por mí y en mí.

Conclusión
Contar la historia de Jesús es contar la historia de cómo su gracia ha obrado en nuestras vidas. Testificar no es un don espiritual dado a muy pocas personas; es la función de todo cristiano. Simplemente di lo que Cristo ha hecho por ti. Comparte con otros la paz que has encontrado en Jesús. Diles cómo Cristo te dio un propósito en la vida. Ora por oportunidades para decir a los que te rodean la alegría que tienes al seguir a Jesús. Diles cómo te aferraste de sus promesas por fe y descubriste que eran verdaderas. Comparte respuestas a tus oraciones o promesas bíblicas que sean significativas para ti. Te sorprenderá cómo responderán los demás a una fe genuina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario