
Por: Josué Vera Guzmán
Este estudio explora el mensaje relacionado con el Siervo Mesiánico de Isaías 50, 52 y 53. La figura del Siervo Mesiánico es un tema central en el libro de Isaías. Isaías 52 y 53 constituyen un gran cántico sobre el Siervo. Hay muchos debates entre los eruditos sobre la identificación del siervo en el cántico. Algunos consideran que el siervo en esos capítulos representa a Israel. Sin embargo, el libro de Isaías mismo ofrece algunas ideas para ayudarnos a elaborar una identificación clara y positiva del Siervo como el Mesías. El cántico primeramente identifica al Mesías como Rey (Isa. 52:7, 8); en segundo lugar, identifica al Mesías como Salvador y Redentor (52:9-15); y finalmente, identifica al Mesías como el Sufriente (53).
A. El siervo es menospreciado. Isaías 50:4-10.
El trato degradante sufrido por los embajadores de David desencadenó una guerra entre Israel y Amón (2ª de Samuel 10).
Sin embargo, la persona más poderosa que ha existido sobre esta tierra soportó las burlas y el desprecio sin defenderse ni airarse (Mateo 26:67-68).
Colgado en una cruz, Jesús no quiso descender de ella para acallar las burlas y los insultos (Mateo 27:38-44). ¿Por qué?
Para traer el pan de vida a sus enemigos, nuestro Salvador dejó su hogar en los cielos. Aunque desde la cuna hasta el sepulcro lo abrumaron las calumnias y la persecución, Jesús no les hizo frente sino expresando su amor perdonador. Por medio del profeta lsaías, dice: «Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos». (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 62)
B. Transición exaltación -Cruz; Cruz - Exaltación. Isaías 52:13-53:12.
El texto que observamos comienza con la exaltación del siervo; sigue con su humillación y muerte; y concluye nuevamente con su exaltación.
Este recorrido en forma de valle es el mismo con el que Pablo describe la exaltación-humillación-exaltación de Cristo en Filipenses 2:5-11
Mientras se hundían los clavos en sus manos, y grandes gotas de sudor agónico brotaban de sus poros, los labios pálidos y temblorosos del Doliente inocente exhalaron una oración de amor perdonador en favor de sus homicidas: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Lucas 23:34. Todo el cielo contemplaba la escena con profundo interés. El glorioso Redentor del mundo perdido sufría la penalidad que merecía la transgresión de la ley del Padre, que había cometido el hombre. Estaba por redimir a su pueblo con su propia sangre. Estaba pagando lo que con justicia exigía la santa ley de Dios. Tal era el medio por el cual se había de acabar finalmente con el pecado, Satanás y su hueste. (Testimonios para la iglesia, t. 2, pp. 187, 188).
C. El siervo sufriente:
El sufrimiento del inocente. Isaías 52:13-53:2.
Al igual que Job, este siervo (Jesús) sufre sin culpa alguna. ¿Qué provocó el sufrimiento de estos y otros muchos inocentes? La respuesta queda en el aire.
Entonces, llega la pregunta crucial: ¿Quién está dispuesto a creer lo que está anunciado?
El que crea, experimentará el poder salvador de Dios. El mismo brazo que liberó a Israel de Egipto, librará de la muerte a aquel que crea. ¿Crees?
La humanidad del Hijo de Dios es todo para nosotros. Es la cadena áurea que une nuestra alma con Cristo, y mediante Cristo, con Dios. Esto ha de ser nuestro estudio. Cristo fue un verdadero hombre. Dio prueba de su humildad al convertirse en hombre. Sin embargo, era Dios en la carne. Cuando tratemos este tema, haríamos bien en prestar atención a las palabras pronunciadas por Cristo a Moisés en la zarza ardiente: «Quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es». Éxodo 3:5. Debiéramos emprender este estudio con la humildad del que aprende con corazón contrito. Y el estudio de la encamación de Cristo es un campo fructífero que recompensará al escudriñador que cava profundamente en procura de la verdad oculta (Mensajes selectos, t. 1, p. 286).
Los inalcanzables somos nosotros. Isaías 53:3-9.
Dios nos regaló un Niño, un Príncipe de paz (Isaías 9:6). Sin embargo, hubo guerra contra Él. Sin razón alguna lo llevaron a juicio, lo condenaron como malhechor (aunque nunca hizo pecado), y lo maltrataron (Isaías 53:7-9).
¿Quién fue su enemigo? ¿Quién le hizo esto? La respuesta es dolorosamente clara: TODOS NOSOTROS (Isaías 53:6).
A causa del amor de Dios, su Mesías elegiría sufrir. ¡Él eligió sufrir para alcanzar lo inalcanzable; y lo inalcanzable somos nosotros!
Cristo nos mostró cuánto puede amar Dios y cuánto sufrió nuestro Redentor para asegurar nuestra completa restauración. Desea que sus hijos revelen su carácter y ejerzan su influencia a fin de que otras mentes puedan ser puestas en armonía con su mente (Alza tus ojos, p. 189)
Ofrenda de restitución transformadora. Pecado, muerte y resurrección. Isaías 53:10-12.
Jesús, el “Cordero de Dios” (Juan 1:29), se ofreció voluntariamente para expiar nuestro pecado. Él murió para que nosotros no tuviésemos que sufrir la muerte eterna.
En su resurrección, se asegura nuestra resurrección. Nosotros somos el “linaje”, “el fruto de la aflicción de su alma”. Cree este mensaje, y el sacrificio supremo de Jesús habrá valido la pena. Él quedará satisfecho cuando nos vea entrar por las puertas de la Nueva Jerusalén.
Con fieras tentaciones, Satanás torturaba el corazón de Jesús. El Salvador no podía ver a través de los portales de la tumba. La esperanza no le presentaba su salida del sepulcro como vencedor ni le hablaba de la aceptación de su sacrificio por el Padre. Temía que el pecado fuese tan ofensivo para Dios que su separación resultase eterna. Sintió la angustia que el pecador sentirá cuando la misericordia no interceda más por la raza culpable. El sentido del pecado, que atraía la ira del Padre sobre él como substituto del hombre, fue lo que hizo tan amarga la copa que bebía el Hijo de Dios y quebró su corazón (El Deseado de todas las gentes, p. 701).
Conclusión
Dios no solo redime a su pueblo de la opresión, la aflicción y la esclavitud de las naciones extranjeras, especialmente de Babilonia, y los lleva de regreso a su tierra de origen, Jerusalén. Dios también envía a Jesucristo, el Mesías, como el Siervo Sufriente, a morir en la Cruz para redimir de la esclavitud del pecado a su pueblo y a todos los seres humanos que lo reciban. Un día llevará a sus redimidos a su hogar, y luego reinará para siempre.
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